En una de esas ironías de la vida
un soldado pacifista es destinado a una de las más salvajes batallas de la
Segunda Guerra Mundial demostrando en el momento de la verdad que a eso de
pelotas hay pocos que le ganen, y todo sin cambiar la cara de paleto rural.
Mel
Gibson puede que tenga algún pequeño déficit a la hora de vivir en sociedad
pero como cineasta sigue demostrando que es uno de los grandes cuándo se pone a
ello. Un relato antibelicista que te mete de lleno en lo que es de verdad una
batalla, lejos de florituras y muertes de bella factura. Vale que la primera
parte tira de clichés pero cuando lo que empiezan a tirar son los tiros nos
encontramos ante un peliculón redondeado con una banda sonora que remarca la
epicidad de la historia real que cuenta. Y para que así conste nos regala como
cierre los testimonios de los
supervivientes de la carnicería.
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