Una
oficinista y ladrona eventual se refugia en un apartado motel, carne de visita
de Gordon Ramsey, y regentado por un timorato joven con un marcado síndrome de Edipo
con una sospechosa afición por las enaguas de mujer, el bricolaje de taladro en
la pared y los cuchillos jamoneros.
Alfred Hitchcock a través de un
título en apariencia menor revolucionaría para siempre el género de terror,
colocando una de las piedras fundacionales del subgénero de psicópatas y
descolocando al espectador gracias a su jugada de cargarse a la famosa
protagonista a mitad de película, brindándonos por el camino una de las
secuencias más famosas de la historia del cine. El bueno de Anthony Perkins lo
haría tan rematadamente bien que lastraría su carrera para siempre con papeles
de ido de la olla, y a partir de su estreno en cines nadie se ducha con una tranquilidad
absoluta.
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