Un psiquiatra con bastantes más problemas
que los de sus pacientes, se ve inmerso en un juego mortal donde tan pronto
comparte sabanas con una atractiva y misteriosa joven, como esquiva a la
muerte, quien se empecina en tirarle cosas encimas, ya sean coches, clavos o
culebras.
Creada
ex profeso tras el éxito de Instinto básico, esta intriga con aires de giallo e
inevitables escenas tórridas con Willis y March dándolo, y mostrándolo, todo,
tiene su principal escollo no ya en una historia forzada y retorcida hasta la
extenuación, ni en unos desaprovechados secundarios, sino en un maquillaje que
no puede evitar que uno se dé cuenta a la primera de cambio de su
“sorprendente” giro final. Eso sí, hay que alabar que su director, Richard
Rush, se moleste en la recreación visual de unas escenas que tienen esencia a
De Palma en su estilo visual. Denle una oportunidad, no es tan desastrosamente
mala como nos la vendieron en su día, pero al voyeur de turno no le merecerá la
pena, ya que únicamente menos de diez, de sus ciento cuarenta minutos, están
dedicados al estudio anatómico de sus dos protagonistas.
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