Unos buscadores de oro acuciados
por las malas artes de quien quiere desalojarlos de sus tierras, recurren para
ayudarles a un misterioso predicador, que de los sacramentos el que más
controla es el de la extremaunción, pero de aquellos a quienes finiquita el
mismo.
Valiente
acercamiento al western durante una de las épocas de mayor sequia del género
por parte de un Eastwood que sabe lo que le debe a este tipo de cine. Con una
historia muy cercana a los postulados de Raíces profundas, este jinete de
palabras suaves y manos recias, volvía sobre el prototipo de personaje tantas
veces manejado por el director y actor tanto en sus apariciones dentro del
spaguetti western de Leone (con homenaje a los gabanes de Hasta que llegó su
hora incluido), así como en su filmografía anterior como director. Un título
que además de las constantes del género abría miras con temas como el amor o la
amistad y se anticipaba en varios años a la maravilla que estrenaría en 1992,
Sin perdón.
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