Una
pareja de pizpiretos y pecosos turistas llegan dando brincos a la costa
española, donde se darán cuenta que nuestro carácter cerrado y taimado con los
guiris no es nada comparado con un grupo de niñatos cruzados a los que no se
les ha dado una buena torta a tiempo.
Uno de los títulos referenciales
del cine de terror español, una maravilla donde Narciso Ibáñez Serrador, poco
antes de regalarnos el Un, Dos Tres, responda otra vez, daba sobradas muestras
de su talento tras la cámara a la hora de crear sensaciones tan complicadas
como suspense, desazón o angustia, bebiendo de talentos como el del mismísimo
Hitchcock y haciendo pasar al espectador el mismo calor sofocante que los dos protagonistas.
Y además con la valentía añadida de no acobardarse a la hora de mostrar escenas
de una brutalidad pasmosa. Soniquete musical de altura, una larga intro que te
los pone de corbata y un grupo de niños que, o lo hacen rematadamente bien o
son tan cabroncetes como en la propia cinta. Stephen King no puede decir que
no la vio antes de escribir Los chicos del maíz.
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