viernes, 16 de octubre de 2020

LA CRUZ DE HIERRO (1977)

En pleno frente ruso y con la Guerra ya perdida, un grupo de soldados alemanes, por aquello tan egoísta de querer sobrevivir, desdecirán todos y cada uno de los prefectos de Hitler, dejando aquello de la superioridad alemana en ínfulas de dictador castaño de metro setenta, (pues vaya con la raza aria).


Es curioso como Sam Peckinpah, un tipo abonado en su cine a la violencia explícita más brutal, construyera en su última gran película toda una oda antibelicista reconocida hasta por el mismísimo Orson Welles. Y si, vale, la película contiene escenas de una furia hemoglobínica que dejan en nada a muchos títulos pretendidamente más provocadores, pero esto lo que hace es dar aún más fuerza al mensaje que hay detrás. Y lo hace además cediendo el protagonismo a los habitualmente villanos de la función, una compañía alemana integrada por unos pobres desgraciados que lo único que buscan es no morir por una causa en la que no creen y poder regresar a sus casas. Pero se trata de Peckinpah, hay poco lugar para el optimismo y mucho para los agujeros de bala.


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