Charles
Foster Kane es un híbrido entre Jesús Gil, Florentino Pérez y Eduardo Inda.
Pero cuando muere solo en su mansión de tropecientas mil hectáreas y rodeado de
millones en obras de arte, se cumple esa máxima que dice “se quedó sin nada
cuando lo obtuvo todo” (vale eso último me lo acabo de inventar).
Contemporicemos. Hace ochenta
años un chaval de veinticinco años prácticamente neófito en esto de la
dirección se sacó de la manga no solo una de las películas claves de la
historia del cine, sino que se atrevió a meterse de paso con William Randolph
Hearst, en aquel entonces uno de los tipos con más poder de Estados Unidos.
Welles ofrece en Ciudadano Kane una película diferente a todo lo que se había
visto hasta entonces, con una narrativa rompedora y un uso totalmente desinhibido
y brillante de una serie de técnicas fotográficas, planos, planificación de las
secuencias y movimientos de cámara que no es que fueran innovadores en el
momento de su estreno, es que lo siguen siendo hoy en día. Para muchos la mejor
película de la historia, para servidor un título fijo en toda videoteca que se
precie de serlo, y con uno de los grandes misterios de la historia del cine
gracias a ese Roseboud con el que comienza y acaba la película, y que tiene
detrás de la historia oficial una un poco más picante y que volvía a ser un
nuevo dedo en el ojo de Hearst. Y es que Welles demostró agallas no solo por la
historia que cuenta, sino por la forma en la que la cuenta, es lo que tienen
los genios y los locos, y el afamado director y actor tenía algo de ambos.
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