Frankie
es un tipo con una muñeca prodigiosa para aquello del reparto de cartas de póker,
lo malo es que algo más arriba, en el brazo, tiene una vena amiga de las
agujas, y no precisamente porque tenga el carnet de donante de sangre.
No podemos decir que Otto
Preminger fuera amigo de dirigir películas fáciles y sin chicha, pero en este
caso se superó a si mismo abordando un tema tan poco tratado en el cine, y mucho
menos en los lejanos años cincuenta, como el de la drogadicción. Con unos
maravillosos escenarios que emanan por los cuatro costados a esos enormes decorados
de las grandes productoras de la época, la película es todo un decálogo de
perdedores y gente de mal vivir, aprovechando Frank Sinatra para dejar claro
que el Oscar por De aquí a la eternidad no fue casualidad. Aunque se agradece
que entre esta recua de fracasados nos ilumine una figura redentora con el
rostro de Kim Novak
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