Un
joven matrimonio, urbanita él y rural ella, se trasladan al pueblo natal de la
mujer para pasar una temporada entre operaciones aritméticas y tragos de
bourbon. Allí descubrirán por las malas aquello del encanto de los pueblos y
sus gentes.
Sam Peckinpah ya había dejado
claro que era un virtuoso a la hora de filmar violencia de esa que genera
agujeros de bala en la camisa, pero con Perros de paja se reafirmaba como un
maestro manejando esta a un nivel más psicológico y contenido, aunque sí que es
cierto que todo explota en un acto final made in Peckinpah. La película juega
con el contraste de ubicar a un personaje venido de la ciudad en un contexto
rural extremo (como le pasaba al bueno de Paco Martínez Soria pero al revés) y
Dustin Hoffman volvía a dejar de manifiesto que su metro sesenta y siete no era
óbice para dar vida a personajes seductores o duros. Es lo que tiene ser buen
actor.
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