En pago a sus servicios al
Imperio romano al general Máximo le quitan las tierras, le matan a su familia y
acaba vendido como esclavo reconvertido en gladiador. Lógico es que quiera
venganza.
Ridley
Scott recupera en Gladiator el defenestrado género peplum y lo hace con
una película que desborda épica por cada
uno de sus poros, en sus frases, su banda sonora (ojo, lo mejor de la
película), sus secuencias y sus personajes. Lo malo de la épica, que si no se
mide bien acaba empachando. Y encima va el bueno de Oliver Reed y se muere sin
terminar de rodar sus secuencias.
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