Años
antes de que la NBA atisbara el potencial deportivo de los negros, estos
acostumbraban a vivir con una incómoda cadena al cuello, por lo que cuándo
Django logra zafarse de esta argolla metálica decide cobrarse cumplida venganza
de todo aquel con tendencia a vestir de nazareno de túnica blanca.
Tarantino combina en la mesa de
mezclas el spaguetti western con el rap y el resultado como siempre es una
maravilla, donde los actores dan lo mejor de sí mismos (lo de Waltz y Dicaprio
es para quitarse el sombrero, de cowboy obviamente), las situaciones bailan
entre la comicidad y la más sangrienta de las balaceas y las casi tres horas de
metraje pasan en un suspiro. Aunque cierto es también, la forzada aparición en
escena del director quizás sobraba en esta ocasión. Y Tarantino, nuevamente y
tras el reguero de pólvora pegada al celuloide alias Tarantiro, vuelve a dejar
constancia que junto a Scorsese, es el mejor a la hora de combinar imagen y
música, y es que la cinta, al contrario que la D no es muda.
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