Un
grupo de chavales de esos de los de cambiarte de acera, dedican su tiempo libre,
antes de la llegada de los móviles y las redes sociales, al noble arte del
tirón, el trapicheo y el hablar asín como con un deje mui chulo.
Una de las cintas pioneras del
denominado cine quinqui y que presenta todas las constantes de este subgénero
tan cañí, entre ellas las de contar con unos protagonistas cogidos en su
mayoría de la misma calle y que, también en su mayoría, no llegarían a cumplir
los treinta. Eloy de la Iglesia se posiciona abiertamente del lado de los
canallas y contra las fuerzas del orden, posiblemente por su condición de
“maricón y rojo” en pleno Franquismo. Una película que tiene mucho de La
naranja mecánica de Kubrick y que es toda una radiografía de esa España de extrarradio
de finales de los setenta y primeros ochenta donde el paro, la delincuencia y
las jeringuillas eran las grandes protagonistas, y donde gente como El Jaro,
muerto con diecisiete años y con un historial delictivo que deja en nada a Lex
Luthor, eran los héroes a quienes imitar.
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