En Los Ángeles de los años
cincuenta eran muchos los y las jóvenes que llegaban a la ciudad con el sueño
de convertirse en estrellas de cine, pero lo más que acababan eran haciéndose
pasar por estas en un negocio de prostitución de lujo. Harvey Weinstein,
aprendiz.
Cuándo
el cine negro parecía abocado a morir y ser enterrado, Curtis Hanson y Brian
Helgeland tomaron la novela de James Ellroy para escribir y dirigir la última
gran película de este género. Con una pléyade de personajes, todos ellos con su
punto de amoralidad, realmente grandiosos, el brutal guion acaba configurando
un puzzle donde todas las piezas encajan con precisión. La película construye así un ejercicio de degradación de instituciones
como la policía, la justicia, la prensa e incluso el mundo del entretenimiento,
no dejando títere con cabeza. Y todo para acabar resultando que la única
esperanza la encontramos en esa prostituta émula de Veronica Lake y que nos
descubrió que Kim Basinger, además de mito erótico, era una gran actriz, eso
sí, casi siempre desaprovechada.
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