Un
joven encuentra una oreja en un descampado, y, entre que le come ese mismo
miembro a la hija de un detective de la policía, mete en esta ocasión las
narices en un turbio asunto donde acaba con los morros rotos. O lo que es lo
mismo, todo un recorrido por los principales órganos sensoriales.
El título con el que David Lynch
sentaría las bases de buena parte de su filmografía posterior, plagada de una
pléyade de personajes que convierten en mundanos al pozí y al risitas, el uso
constantes de luces estroboscópicas y una cadencia en el ritmo que en este caso
nos recuerda a la propia canción que da título a la película y que
popularizaría Tony Bennett. La cinta contaría ya con un puñado de actores
recurrentes en la carrera del director, caso de Kyle MacLachlan, Isabella
Rosellini o Laura Dern. Y si, es David Lynch, con lo que la película no es un
recorrido fácil y sin ningún quebradero de cabeza.
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